Fui una niña muy corriente, banal, muy común.
No solía destacar en nada, y eso me gustaba y me daba cierta comodidad.
A decir verdad me complacía ser invisible, sentarme en clase en pupitres donde pasar desapercibida.
En los momentos de aburrimiento que eran muchos, y si me lo pongo a pensar bien, eran muchos pero que muchos muchos yo aprovechaba para viajar a mi mundo, donde allí podía esconderme del sauquillo, del baúl de la realidad y dar libertada a mis dibujos.
Y me sentía orgullosa para que negarlo! Pero, rápidamente si alguien me pedía: me enseñas que has hecho?.. posteriormente lo escondía, lo soterraba, lo encubría o simplemente lo rompía.
Porque hacia esto? Por miedo a ser criticada y a no gustar lo que con tanta vehemencia y ardor hacia por pequeña edad que fuera. Miedo a recibir sarcasmo o mofa... para mi era importante, siempre demasiado sustancial el parecer y el dictamen de los demás. Convicciones que una vez te haces mayor incluso te hacen reir, pero que cuando eres niño el veredicto es notable.
Al no saber como diligenciar nada. Callaba.
Sencillamente en mi se anidaba ese silencio y mutismo que perduro y me acompaño año tras año, suprimiendo ese deseo que muy embarazosamente hay palabras para expresar. El ideal de la pintura. El afán del dibujo. La codicia de el arte.
No he sido una niña de ciencias, aun así, mis padres, orgullosa de ellos, me indagaron en un arqueo y aprendizaje científico.
Entender mi vida, mi aflicción y mi manera de ver el mundo, es también entender lo que represento y que hay detrás de todo.
Cada trazo es un pesar, cada tono un desvario y cada pequeño resultado una aspiración y deseo de poder cambiar algo y creer que puedes crear algo mágico.
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